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Réquiem por el Consenso de Washington (página 2)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4

Las condicionalidades y las normas de
comercio
internacional vinculadas a la asistencia externa y los
créditos otorgados a los países en
desarrollo no
deben impedir que los gobiernos promuevan su economía

Al tiempo que
pide flexibilidad en las políticas
económicas, sostiene que para promover el desarrollo, es
necesario complementar la creciente interdependencia
económica de todos los países con un sistema bien
estructurado de gobernanza mundial. Las políticas
económicas nacionales centradas en el propio interés
-incluidas las políticas comerciales mercantilistas o las
políticas macroeconómicas y de tipos cambiarios que
afectan a los demás países- por las cuales los
países influyentes pueden perjudicar la economía de
otros países deben evitarse mediante normas y disciplinas
multilaterales.
Sin embargo, la restricción de la
autonomía política nacional no
debe obligar a los funcionarios de los países en
desarrollo a renunciar a las políticas que fomenten el
desarrollo
económico.

El informe sostiene
que no existe una fórmula cuantificable única para
lograr el equilibrio
entre las disciplinas multilaterales y la autonomía de la
política nacional que se adecue a todos los países
y se aplique a todos los sectores de la economía.
El
grado de autonomía nacional necesario para promover el
desarrollo de la economía difiere en cada país.

El informe advierte que el régimen de comercio
multilateral debe tener más en cuenta las
asimetrías existentes entre sus miembros y debe concertar
acuerdos multilaterales efectivos para la gestión
de los tipos de cambio

Los acuerdos comerciales bilaterales y regionales suelen
imponer condiciones aún más estrictas, y
además, existen muchos otros medios no
comerciales de imposición de restricciones al espacio de
política, en particular las condicionalidades del Fondo Monetario
Internacional (FMI).

La desregulación de los mercados
financieros internos, la eliminación de controles
crediticios, la desregulación de los tipos de
interés y la privatización de los bancos eran
elementos fundamentales de las reformas efectuadas en los
decenios de 1980 y 1990. Paradójicamente, dice el informe,
aunque el programa
económico establecido hacía todo lo posible para
"fijar precios
correctos en los mercados
financieros", no había ningún concepto que
orientara la gestión de los precios más
importantes, el tipo de cambio
y la tasa de
interés que le está estrechamente asociada. Las
dos opciones de política sobre tipos cambiarios que
finalmente se postularon fueron o bien permitir la libre
flotación de la moneda o bien adoptar un tipo de cambio
totalmente fijo, soluciones
extremas que se denominaron "corner solutions".

El Informe sobre el Comercio y el Desarrollo subraya que las
normas y reglamentaciones sobre comercio internacional que
están dimanando de las negociaciones multilaterales y de
un creciente número de acuerdos comerciales regionales y
bilaterales podrían impedir la aplicación de las
medidas de política
económica que utilizaron las actuales economías
maduras y los países de industrialización
tardía para desarrollarse. Aunque estas normas y
compromisos tienen el mismo peso para todos los signatarios en lo
que respecta a las obligaciones
jurídicas, desde el punto de vista económico
suponen una carga mucho mayor para los países en
desarrollo. Por tanto, es de crucial importancia interpretar el
concepto de "condiciones equitativas" no desde el punto de vista
de las restricciones jurídicas, sino de las restricciones
económicas, teniendo en cuenta las distintas
características estructurales y los distintos niveles de
desarrollo de los países.

El informe sostiene que un régimen de comercio
multilateral plenamente integrador debe tener suficiente
flexibilidad para reflejar los intereses y las necesidades de
todos sus miembros.
En aras de una asociación mundial
para el desarrollo, los países desarrollados deben acordar
un nuevo marco o nuevas directrices para el tratamiento especial
o diferenciado en la
Organización Mundial del Comercio (OMC) sin recibir
a cambio concesiones de los países en
desarrollo…

Se recomienda que los gobiernos de los países en
desarrollo se dediquen activamente a promover y desarrollar
la empresa
nacional, a diferencia de lo ocurrido en los años ochenta
y noventa, cuando las instituciones
de Bretton Woods les recomendaban que se mantuvieran
prescindentes y dejaran que las fuerzas del mercado fijasen
"precios correctos".
En el informe se sostiene que esos
países no deberían verse demasiado limitados por
las normas comerciales internacionales o las condiciones
impuestas por las entidades crediticias internacionales y no
poder hacer lo
que más convendría a sus economías. En los
últimos años esa libertad de
acción
se ha convertido en un asunto importante y se suele hacer
referencia a ella como "espacio de política".

En el informe se insta a los gobiernos a adoptar
políticas macroeconómicas e industriales activas
para acelerar la inversión privada y el mejoramiento
tecnológico y estimular a las fuerzas creativas de los
mercados: son las decisiones empresariales innovadoras y que
conllevan riesgos las
que generan nuevas líneas de producción y crean nuevas empresas y
puestos de trabajo. De
ser necesario, los gobiernos también deberían
proteger las empresas nacientes, incluso aplicando con prudencia
subvenciones y aranceles,

hasta que los productores nacionales adquieran competitividad
en el ámbito internacional en la venta de productos cada
vez más sofisticados.

En el informe se señala que las profundas reformas
realizadas por la mayoría de los países en
desarrollo en los años ochenta y noventa, a menudo a
instancias de las instituciones financieras y entidades
crediticias internacionales, no dieron los resultados prometidos.
Estas reformas hacían hincapié en una mayor
estabilidad económica, una mayor confianza en las fuerzas
del mercado y una rápida apertura a la competencia
internacional. Sin embargo, en muchos casos la inversión
privada no aumentó en la medida prevista, muchas
economías se estancaron o incluso se retrajeron, y muchos
países en desarrollo que ya tenían elevados niveles
de pobreza
comprobaron que esos pasos hacia una economía liberalizada
aumentaban la desigualdad en vez de reducirla.

En el Informe sobre el Comercio y el Desarrollo 2006 de la
UNCTAD se sostiene que la política
monetaria podría desempeñar un papel más
eficaz en apoyo del crecimiento centrándose en la
fijación de un tipo de interés real bajo, que
incitaría a invertir, y un tipo de cambio competitivo y
estable, que promovería la producción nacional en
los mercados mundiales.
Se dice además que, para
permitir que la política monetaria desempeñe ese
papel, las economías de mercado emergentes
deberían reducir su dependencia respecto de las corrientes
de capital
extranjero
, como ya han hecho muchas de ellas, y establecer
nuevos instrumentos no monetarios para estabilizar los precios,
como la política de ingresos o la
intervención directa en la formación de precios y,
especialmente, de los salarios.

En el informe se destaca que toda prescripción para
el desarrollo económico debe respetar la situación
específica de cada país. No existe una
fórmula uniforme…

El gobierno
debería prestar apoyo al sector privado únicamente
sobre la base de objetivos
operacionales claramente establecidos que pudieran seguirse de
cerca, y únicamente durante períodos
especificados…

También se recomienda que los intentos para atraer
inversión
extranjera directa (IED) no apunten a una cantidad
máxima sino a una calidad
máxima, en el sentido de generar valor agregado
nacional y progreso tecnológico…

Unas subvenciones transitorias y cuidadosamente concebidas
pueden fomentar inversiones
innovadoras, y una protección temporal respecto de las
importaciones
puede permitir que los procesos de
aprendizaje se
desarrollen entre las empresas nacionales,
según se
dice en el informe. Se añade que los aranceles
aduaneros aplicados a los productos industriales siguen siendo un
instrumento importante
porque son fuente de ingresos fiscales
difíciles de sustituir en muchos de los países
más pobres del mundo, y porque los acuerdos
internacionales han reducido el grado de libertad para usar otros
instrumentos de política de apoyo de la
diversificación y el mejoramiento tecnológico.

Se recomienda mantener los aranceles aprobados en el
ámbito internacional a un nivel relativamente más
alto y modular los aranceles aplicados en determinados sectores
industriales en torno a un nivel
medio relativamente inferior…

Ese enfoque flexible de los aranceles podría apoyarse
fijando los límites
globales a las subvenciones dentro de los cuales los miembros de
la Organización Mundial del comercio (OMC)
están autorizados a conceder de manera flexible
subvenciones a empresas y los sectores
económicos…

(Aclaratorio sobre el día y hora de la muerte del
Consenso de Washington, aunque hacía ya tiempo que estaba
en el "Corredor de la Muerte":
Según se constaba en el Comunicado de Prensa de la
UNCTAD, el contenido del Informe no podía ser citado ni
resumido por los medios de información impresos, radiodifundidos,
televisados o electrónicos antes de las 17.00 horas (hora
media de Greenwich) del 31 de agosto de 2006)

Por la importancia y significado del Informe sobre el Comercio
y el Desarrollo 2006 de la UNCTAD, más adelante, se ofrece
al lector una versión resumida del mismo.

La repercusión
en los medios
(La "esquela" o "aviso fúnebre")

BBCMundo.com (1/9/06): "Golpe al Consenso de Washington"

"Una agencia de la Organización de Naciones Unidas
hizo un llamado para que las naciones en vías de
desarrollo tengan más libertad para ejecutar sus propias
políticas económicas.

El informe de la Conferencia de
las naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus
siglas en inglés), indica que la agenda de reforma
estándar -que se centra en la promoción de las fuerzas de los mercados-
ha fracasado
.

La UNCTAD afirma que los gobiernos de los países pobres
deben fomentar el desarrollo de una manera más activa.

El informe critica el modelo de
desarrollo conocido como el Consenso de Washington, que fue
promovido por el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial.

Según la UNCTAD este enfoque asume que la
inversión y el desarrollo se derivarán
automáticamente tras la aplicación de una serie de
reformas, pero esto no ha sucedido en muchos casos.

Por lo general, la fórmula del Consenso de
Washington requiere la aplicación de reformas tendientes a
reducir el papel del gobierno en la economía, con el fin
de fomentar el comercio internacional y permitir el florecimiento
de la empresa privada y
las fuerzas del mercado.

Sin embargo, el informe sostiene que las expectativas
raramente eran cumplidas
"…

Responso

Resulta suficientemente aceptado que un economista es aquel
que sabrá mañana por qué no sucedió
aquello que predijo ayer.

Por cultura
(temperamento), por ambición, por amor a la
paradoja, por despecho y porque sí, por ansias de
destacar, sorprender y violentar, los
tecnócratas-burócratas del Fondo Monetario
Internacional, del Banco Mundial, de
la Organización Mundial del Comercio, de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico…(la lista es más amplia), son la
quintaesencia del intelectual que en otra época se hubiese
apuntado a una ideología radical de derecha
(últimamente llamada neoconservadora o neoliberal).

Su liberalismo
es, pues, un liberalismo provocador, plagado de gestos, de
paradojas, un liberalismo incómodo, contradictorio,
asimétrico, falaz, sesgado, parcial, incompleto y, a
regañadientes, pero liberalismo al fin (o al uso).

Estos "apóstoles"
(tecnócratas-burócratas) sabían, desde el
principio, que el Consenso de Washington era un "dogma" de
Washington S.A. (los "profetas"), pero nunca un "consenso".
Además, tampoco les interesaba. Consensuar con los
"vasallos" (serviles y genuflexos) es algo que no entra en su
cultura, y mucho menos en su ambición. Ordeno y mando.
¡Señor, sí Señor!

Sus "escribas" y "pastores" (los "titiriteros") -John
Williamson & Compañía-, unas veces por exceso
de teorización, otras por ignorancia supina o
indiferencia, muchas por "estómago agradecido", pero nunca
(nunca) por pragmatismo,
experiencia local, humanidad, compasión, generosidad o
misericordia, "decalogaron" el "dogma" fabricando una
economía sin "salida de emergencia".

Los filósofos del caos de Washington,
responsables de lo que se suponía que era la
destrucción creativa, que produciría el desarrollo
económico de forma espontánea, no habían
tenido en cuenta la posibilidad de una crisis. No
tenían estrategia de
salida.

El grupo
neoconservador quería dirigir el mundo, pero el proyecto no ha
funcionado. La realidad es otra. La idea de la proyección
de poder es irrelevante. Aunque nadie (al menos entre los
"profetas", "apóstoles" y "escribas"), está
dispuesto a decir que todo se ha acabado. Por lo menos, por
ahora.

De esas "pompas" a estas "circunstancias".

Lo que tenía que pasar pasó, y lo único
-constatable- que quedó, después del fracaso
estruendoso es que el neoliberalismo
termina siendo una esquizofrenia.

El descalabro de las terapias de choque y del "big bang". El
final -imaginable- de las fórmulas económicas
uniformes. El colofón -debido- de los refinados modelos
econométricos desplegados por la economía
neoclásica. El fin -previsible- de los "paradigmas".
La consecuencia -pronosticable- del "fundamentalismo" del mercado
y de las ideologías "simplistas".

¿Podemos llamarlo "Confusión de Washington" o
sencillamente el "derivado" de la soberbia y la arrogancia de la
"receta única" o de las "teorías
generales"?

La última petulancia de los gurús de mano
única. Entre la esquizofrenia y la debilidad doctrinal, ni
vencieron, ni convencieron.

¿Podemos decir -soñar- que es el fin de la
"ideología de los amos"?

Algo, al menos está claro: el neoliberalimo no
funcionó. El modelo de los noventa fracasó. Pero
todavía no emergió con claridad uno nuevo.

Por ahora, lo único verificable, pese al sacrificio
devenido, es que no hay plan, ni mercado
y que los únicos actores emergidos son los que se amparan
en una institucionalidad informal corrupta. Todo un
récord.

Mientras, tal vez, haya que irse acostumbrando que "hay que
vivir sin "ismos", porque en la búsqueda de la verdad vale
más seguir el propio camino que la ruta marcada por otros"
(Gao Xingjian, Premio Nobel).

No hay "segunda generación de reformas" (ni consenso de
Washington II, ni Consenso de Washington "plus", ni Agenda de
Washington II, ni Agenda Neoliberal II, ni "El Ladrillo" II).

Nuestra ciencia reina
de la economía está "desnuda". Los "deslumbrantes"
modelos econométricos desplegados por la economía
neoclásica resultan abstrusos, ahistóricos y
asociales, sin tiempo ni lugar. Expresan una visión
reduccionista e ignorante del proceso
político.

Se acabaron los "dogmas" de fe. Se acabó aquello (de)
que lo que es bueno para Washington (S.A.), es bueno para el
resto del mundo y viceversa.

Para el hombre de
la calle de un país en desarrollo lo que importa no es el
incremento del producto bruto
interno, sino poseer un empleo estable
que le permita llevar una vida decente y, de modo creciente, un
empleo fuera del sector agrícola. Los empleos -los buenos
empleos- ofrecen la mejor vía hacia el desarrollo para las
naciones pobres.

La clave para reducir la pobreza en los
países pobres es el proceso llamado desarrollo de las
capacidades productivas. El desarrollo de las capacidades
productivas no será un resultado automático de la
acción exclusiva de las fuerzas de mercado, sino de la
interacción entre la iniciativa
empresarial, las políticas del sector
público y la acción internacional.

Para desarrollar las capacidades productivas deben concebirse
estrategias
específicas por país que mitiguen los principales
obstáculos a la inversión, al progreso
tecnológico y al cambio estructural. Estas estrategias no
serán las mismas en todos los países.

El planteamiento de la reducción de la pobreza a
través de la producción y el empleo no es
totalmente nuevo. Pero se diferencia mucho de la
orientación actual de las políticas destinadas a
reducir la pobreza.

Un planteamiento orientado a la producción y el empleo
incluiría un mayor gasto social y esfuerzos por expandir
el comercio. Sin embargo, también se aumentaría la
ayuda a los sectores productivos y se tomarían medidas
para promover las actividades no transables y obtener productos
nacionales que puedan sustituir eficientemente a una variedad de
importaciones.

Pero los economistas e ideólogos del consenso de
Washington ya están afinando la argumentación del
fracaso y las nuevas instituciones que les permitan mantener sus
puestos de trabajo.

Las elites empresarias internacionales ya han tomado nota del
final de un ciclo de acumulación salvaje y se apresuran a
diseñar modelos alternativos bajo su control, con el
objetivo de
mantener la tasa de ganancia en niveles razonables en lo que han
asumido como un periodo defensivo.

Estamos en el "fin de una época" en que lo viejo no
acaba de morir y lo nuevo aún no ha nacido…

Origen y
contenido

El nombre "Consenso de Washington" fue utilizado por el
economista inglés John Williamson en la década de
los ochenta, y se refiere a los temas de ajuste estructural que
formaron parte de los programas del
Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, entre otras
instituciones, en la época del re-enfoque económico
durante la crisis de la deuda desatada en agosto de 1982.

Algunos se refieren a la "Agenda de Washington", otros a la
"Convergencia de Washington", y unos pocos la llaman la "Agenda
Neoliberal".

Años más tarde, Williamson convocó a una
cincuentena de economistas de varios países, entre ellos,
algunos latinoamericanos, a una conferencia que tuvo lugar el 6 y
7 de noviembre de 1989, en la capital federal, destinada a
analizar los avances alcanzados y las experiencias obtenidas de
la aplicación de las políticas de ajuste y de
reforma estructural impulsadas por el Consenso de Washington. Las
conclusiones que de esta conferencia surgieron dieron para un
libro, el que
fue editado por el propio Williamson y publicado por el Institute
of International Economics de Washington.

Los pioneros

Margaret Thatcher había ya iniciado el proceso de
ajuste económico y reforma estructural en Inglaterra, a su
ascenso al poder en 1979. Las consecuencias sociales fueron
desastrosas, reflejadas, entre otros indicadores,
por una asimetría en la distribución del ingreso similar a la de un
país del tercer mundo.

En Chile, los llamados "Chicago Boys", aplicaron
también dichas políticas en los primeros
años de la dictadura militar
de Augusto Pinochet. Más aún, buena parte de estas
ideas habían sido planteadas en un libro que denominaron
"El Ladrillo", escrito algunos meses antes del "golpe" de
septiembre de 1973, por un grupo de connotados economistas
asociados a la Universidad
Católica de Chile y a la Universidad de Chicago.

¿Quiénes conforman el Consenso de
Washington?

Aparte del Banco Mundial, conforman el "consenso" altos
ejecutivos del Gobierno de EEUU, las agencias económicas
del mismo Gobierno, el Comité de la Reserva Federal, el
Fondo Monetario Internacional, miembros del Congreso interesados
en temas latinoamericanos y los "think tanks" dedicados a la
formulación de políticas económicas que
apuntan a forzar cambios estructurales en Latinoamérica.

¿Qué es el Consenso de Washington?

El Consenso de Washington es la aplicación de los diez
instrumentos de política económica neoliberal para
llevar adelante el objetivo de un sistema capitalista mundial
basado en la libertad del mercado para operar, donde predominan
los más "aptos" en una especie de "darwinismo social",
donde la vida social se concibe gobernada por las leyes de la
competencia y del conflicto,
llevando a una selección
natural de la supervivencia del más fuerte y a la
eliminación del más débil.

A continuación, una revisión breve de los
principales instrumentos:

  1. La inflación como parámetro central de la
    economía. Para los impulsores del Consenso de
    Washington, las políticas de ajuste y reforma
    estructural tienen su origen en la crisis de la deuda. No es
    de extrañar que el control de la inflación sea
    un asunto prioritario para los organismos acreedores.

  2. Disciplina fiscal: No
    más déficit fiscal. Grandes y sostenidos
    déficit fiscales constituyen la fuente primaria de los
    trastornos macroeconómicos que se manifiestan como
    procesos inflacionarios, déficit de la balanza de
    pagos y fuga de capitales. Un déficit de presupuesto
    operacional que sobrepase un 1% a 2% del PIB se
    considera prueba fehaciente de una falla en la política
    aplicada.
  3. Prioridades en el gasto
    público. La necesidad de cubrir el déficit
    fiscal presenta la disyuntiva entre aumentar los ingresos
    fiscales o reducir el gasto público. El Consenso de
    Washington, influido por los economistas "reganianos"
    ("supply-siders"), optó por favorecer la
    reducción del gasto público.
  4. Reforma tributaria. El aumento del ingreso vía
    impuestos se
    considera una alternativa a la reducción del gasto
    público para paliar el déficit fiscal. Existe un
    amplio consenso, entre los tecnócratas neoliberales, en
    el principio de que la base tributaria debe ser amplia,
    mientras que la tasa tributaria marginal debe ser
    moderada.
  5. Tasas de interés. Existen dos principios
    generales referentes a los niveles de las tasas de
    interés que concitan el apoyo mayoritario del
    Consenso de Washington. El primero es que las tasas de
    interés deben ser determinadas por el mercado. El
    segundo principio apunta a la necesidad de tasas de
    interés real positivas, para incentivar el ahorro, por
    un lado y desalentar la fuga de capitales, por el otro.
  6. Tipo de cambio. Como en el caso de las tasas de
    interés, la tendencia es inclinarse por tipos de cambio
    determinados por las fuerzas del mercado. Se considera que el
    tipo de cambio real debe ser lo suficientemente competitivo
    como para promover el crecimiento de las exportaciones a la tasa máxima que el
    potencial del lado de la oferta del
    país lo permita, al mismo tiempo que se mantenga un
    eventual déficit de cuenta corriente a un nivel
    sustentable.
  7. Política comercial. Las restricciones comerciales
    cuantitativas deberían ser rápidamente
    reemplazadas por tarifas arancelarias que deberían irse
    progresivamente reduciendo hasta situarse en torno al 10 por
    ciento (o al 20 por ciento como máximo). La
    liberalización de las importaciones constituye un
    elemento esencial en una política económica
    orientada hacia el sector externo. El acceso a bienes
    intermedios importados a precios competitivos se considera un
    aspecto importante en la promoción de las exportaciones,
    mientras que una política proteccionista a favor de la
    industria
    nacional y en contra de la competencia extranjera es vista como
    una distorsión costosa que en última instancia
    termina por penalizar el esfuerzo exportador y por empobrecer
    la economía local.
  8. Inversión Extranjera Directa (IED). Deben abolirse
    las barreras de entrada de las empresas extranjeras; debe
    permitirse que estas compitan con las nacionales en iguales
    términos. Aunque la liberalización de los flujos
    financieros externos no es visto como de alta prioridad, una
    actitud
    restrictiva que limite la entrada de la inversión
    extranjera directa (IED) es considerada una insensatez. La IED,
    además de aportar el capital necesario para el
    desarrollo, provee capacitación y "know-how" para la
    producción de bienes y servicios
    tanto para el mercado interno como para la exportación.
  9. Privatizaciones. La lógica de las privatizaciones obedece a la creencia de que la
    industria privada se administra más eficientemente que
    la empresa estatal. En general, se considera que la
    privatización de empresas de propiedad
    estatal constituyen una fuente de ingresos de corto plazo para
    el Estado.
    En el largo plazo, se argumenta, el Estado se
    libera de la responsabilidad de financiar ulteriores
    inversiones. La creencia en la eficiencia
    superior de la empresa privada ha sido un dogma de fe para el
    Consenso de Washington.
  10. Desregulación. Una forma de promover la competencia
    es mediante la desregulación. Este proceso fue iniciado
    en los EEUU por la
    administración Carter, pero fue profundizado durante
    el mandato de Reagan. Se le ha juzgado, de manera general, como
    un proceso exitoso en esa nación y se ha partido de la base que
    también puede producir beneficios similares en otros
    países, especialmente en América
    Latina, donde se practicaban economías de mercado
    altamente reguladas, al menos en el papel.
  11. Derechos de propiedad. El sistema legal debería
    proveer derechos de propiedad
    seguros y
    sin costes excesivos y debería hacer accesibles tales
    derechos al sector informal.

Esta breve lista tomó autonomía y se
constituyó en la base de lo que luego se denominara
neoliberalismo o fundamentalismo de mercado. Con posterioridad la
"lista" inicial fue completada, ampliada, explicada, y corregida.
Se ha hablado del consenso de Washington II, y del Consenso de
Washington III.

Otras formulaciones

Ha habido otras formulaciones del Consenso de Washington.
Fischer, comentando el escrito de Williamson, habla de cuatro
aspectos fundamentales: marco macroeconómico equilibrado;
gobierno de menores dimensiones y más eficiente; sector
privado eficiente y en expansión; y políticas
destinadas a la reducción de la pobreza. Krugman resume el
consenso en "…la virtud victoriana en política
económica: mercados libres y moneda sólida".

El mismo Williamson reformulará y matizará los
diez puntos, en el año 1993, en otro artículo ("La
democracia y
el Consenso de Washington"), en donde defiende de nuevo la
necesidad de un consenso y matiza el alcance del mismo,
distinguiendo tres tipos de medidas de política
económica:

  1. aquéllas en las que se ha conseguido consenso;
  2. aquéllas en las que existe controversia
    técnica (no relacionadas con temas de equidad);
  3. aquéllas en las que todavía queda
    controversia para años, porque implica valores
    políticos; sobre todo por problemas de
    equidad.

De hecho, Williamson acepta (a sugerencia de R. Feinberg)
cambiar el concepto de "Consenso de Washington" por el de
"convergencia universal". Este segundo es menos exigente (sic)
(?) y, además, permite olvidar que "Washington" predica,
pero no siempre practica las normas que contiene.

En un artículo de su propia autoría ("No hay
consenso"), publicado en septiembre de 2003, John Williamson,
comenta y aclara:

…"Distintos significados. Sin embargo, resulta claro
que, con el tiempo, muchos llegaron a usar la expresión en
un sentido muy distinto del mío. Hay no menos de dos
significados diferentes. Uno de ellos identifica al Consenso de
Washington con el neoliberalismo…

Si bien creo que la mayoría de los miembros de la
Sociedad Mont
Pelerin apoyarían buena parte de las reformas que figuran
en mi versión del Consenso de Washington, hay una serie de
doctrinas neoliberales que brillan por su ausencia en mi lista:
el monetarismo,
las tasas impositivas bajas que requiere la "economía de
la oferta", el Estado mínimo que niega toda
responsabilidad de corregir la distribución del ingreso o
la internacionalización de las externalidades, y la libre
circulación del capital…

Esta interpretación alternativa de la
expresión, a la que terminé considerando populista,
nunca habría podido surgir si alguien se hubiera embarcado
en el cuidadoso tipo de análisis taxonómico que me
inculcó Machlup. Es posible decir que esta acepción
populista surge porque los opositores a la reforma decidieron
explotar el indudable resentimiento que algunos reformadores
sentían por la expresión. Éstos pensaban que
las reformas se habían adoptado por la presión de
Washington, y no por el propio interés racional de la
nación.
Si estos opositores a la reforma también pudieran
reinterpretar el Consenso de Washington como un conjunto
extremista de creencias fundamentalistas sobre el mercado,
habría una posibilidad mayor de desacreditar la
reforma.

A esta posibilidad sin duda contribuiría el hecho de
que las 10 reformas estaban muy sesgadas hacia la
liberalización, lo que era defendible puesto que este
programa estaba originalmente dirigido a la América
Latina de 1989, pero se vuelve grotesco cuando se lo interpreta
como un programa para todos los países en cualquier
época (como lo han hecho los críticos
populistas).

La segunda explicación alternativa posible es que el
Consenso de Washington implica el conjunto de políticas
que siguen colectivamente las instituciones de esa ciudad que
asesoran a los países en desarrollo: las instituciones de
Bretton Woods (el FMI y el Banco Mundial), el Banco
Interamericano de Desarrollo, el Tesoro y quizá la Reserva
Federal de Estados Unidos.
En la medida en que yo era un testigo veraz de la escena de
Washington en 1989, inicialmente mi concepto original y esta
alternativa se identifican, aunque ya he admitido que Washington
nunca compartió mi entusiasmo por la búsqueda de un
tipo de cambio competitivo. Pero con el paso del tiempo ambos
conceptos comenzaron a diferir en mayor medida cuando
cambió la posición colectiva de las instituciones.
Una discrepancia importante se relaciona con el interés
que empezó a demostrar Washington en promover la convertibilidad de la cuenta capital…

"Consenso II" no. Cuando una expresión llega a adquirir
significados tan dispares, conviene eliminarla del vocabulario.
Esto sugerimos en un nuevo libro que editamos Pedro Pablo
Kuczynski y yo, "Alter the Washington Consensus: Restarting
Growth and Reform in Latin America", donde intentamos preguntar
cómo debería ser el programa de la política
económica para América Latina en el año
2003, dadas las decepciones de los últimos
años.

El libro contiene cuatro mensajes principales. Primero,
sostenemos que los resultados decepcionantes de estos
últimos años se deben sobre todo a las series de
crisis que azotaron la región… Un paso importante
sería pasar de una política
fiscal procíclica a una anticíclica,
practicando la austeridad en exportación y establecer un
tipo de cambio competitivo para asegurar que los recursos
liberados en los sectores que compiten con los importados fluyan
hacia el sector exportador.

La liberalización financiera a menudo tuvo lugar sin el
complemento apropiado de supervisión prudencial que exige un
sistema
financiero liberalizado. Con demasiada frecuencia, las
empresas privatizadas no se vendían en un mercado
competitivo, ni estaban apropiadamente reguladas. Así que,
para completar la reforma de la privatización y del
comercio, es importante remediar esas omisiones. Además el
único mercado que experimentó escasa
liberalización es el laboral. Resulta
así que la mitad de la fuerza laboral
trabaja en el sector informal. Creemos que sería mucho
mejor que las exigencias en los contratos de
trabajo se llevaran a niveles realistas, para que los
trabajadores recibieran beneficios básicos como seguro de
salud, derechos
jubilatorios, y alguna clase de
seguro de desempleo

Pero sería errado dar la impresión de que la
única tarea en esta coyuntura es completar lo que a menudo
llamamos "reformas de segunda generación", y esto es parte
de nuestro tercer mensaje. La nueva idea más importante de
la economía del desarrollo en los años noventa fue
el reconocimiento de la función
crucial de las instituciones para permitir que una
economía funcione con eficacia
Se concluye que el estado de desarrollo institucional suministra
la única variable que predice fielmente el grado de
desarrollo de un país…

En nuestro libro sostenemos que dichas reformas son propensas
a generar confrontaciones políticas con algunos de los
grupos de
interés, como la judicatura y los profesores de enseñanza pública…

El mensaje final del libro trata sobre la distribución
del ingreso, un tema de importancia capital en América
Latina. El punto de partida es reconocer que los pobres pueden
serlo menos, de dos maneras. Una es aumentando el tamaño
global del pastel económico del cual toda la sociedad
obtiene su ingreso. La otra es redistribuyendo un pastel de
tamaño fijo, de modo que los ricos obtengan una
proporción menor y los pobres una mayor. Dado que un
país donde los pobres reciben una proporción muy
pequeña del ingreso de los ricos para realmente hacer
mella en la pobreza, es sensato pensar que América Latina
haga algo en ese sentido. Tradicionalmente, el sistema fiscal ha
distribuido el ingreso gravando con impuestos progresivos a los
ricos y utilizando este producto para
financiar gastos sociales
que benefician desproporcionadamente a los pobres. Vemos que esto
es viable, especialmente recurriendo más a los impuestos
sobre la propiedad (que son progresivos) para financiar a los
gobiernos subnacionales que en años recientes han cobrado
importancia en muchos países de América Latina.
Pero también sostenemos que la innovación clave es mejorar la
distribución del ingreso que la innovación clave
para mejorar la distribución del ingreso provendrá
de permitir que los pobres accedan a los medios que les
permitirán salir de la pobreza: educación para
aumentar su capital humano,
reforma del registro
empresarial para que sus microempresas
operen en el sector formal, microcréditos que les permitan
comprar capital físico, y, en ciertos lugares, reforma
agraria para proporcionarles acceso a la tierra.

Esperamos que este programa no sea rotulado "Consenso de
Washington II". No es obra de quienes trabajan en Washington. No
intenta comunicar un consenso (ni siquiera llegamos a un consenso
total entre nosotros). La frase adquirió un grado tal de
ambigüedad que entorpece la claridad de pensamiento.
Permitan, en cambio, que el programa sea evaluado por sus
méritos, como contribución a un muy necesario
debate, el
cual debería ser el derrotero de la reforma
económica mientras (ojalá) dejamos atrás la
marchita retórica ideológica de los años
noventa".

El FMI y el Consenso de
Washington

La década de los "80 constituyó un periodo
difícil para las economías latinoamericanas.
Años de importante crecimiento
económico habían dado paso a una asombrosa
crisis de la deuda dejando a la región en situación
de urgente necesidad de reformas económicas y asistencia
internacional. Simultáneamente, la histórica
importancia atribuida al inventario de
recursos
naturales y humanos de una nación se vio desafiada por
el concepto de que la llave a la prosperidad residía en la
apropiada aplicación de determinadas políticas
económicas. Fue en este contexto que el economista John
Williamson presentó el documento que delineaba las
prescripciones para el desarrollo económico en los
mercados emergentes.

De acuerdo con Williamson, "las tres grandes ideas aquí
son la disciplina
macroeconómica, una economía de mercado y la
apertura al mundo (al menos en lo referente al comercio y a la
IED). Estos tres conceptos intentaron abordar los desafíos
específicos de América Latina, donde los efectos
del espiral de la deuda, la inflación galopante, la
corrupción en las industrias
estatales y el proteccionismo en sentido estricto habían
devastado a las economías. Se recetaban políticas
macroeconómicas de "ajuste de cinturón" tales como
la reducción del gasto público y mayores tasas de
interés a modo de controlar el déficit
presupuestario ascendente y la correspondiente inflación.
La transferencia de la mayor parte de las empresas del sector
público al sector privado y la adopción
de los principios del mercado se encontraban orientados a reducir
el abrumador control estatal sobre la industria y el potencial de
corrupción
a nivel gubernamental. Se entendía que la apertura de
América Latina a través de la desregulación
del sector público y de la liberalización comercial
y de capitales contribuiría a atraer inversión
extranjera y aumentar la sana competencia.

Este "Consenso de Washington" fue promovido y elaborado por
unos pocos, cuyos intereses no llamaban a engaño. Si uno
se fija en sus máximos valedores, ve dónde estaban
sus intereses. El secretario del Tesoro norteamericano, Robert
Rubin, provenía de Wall Street, al igual que los
anteriores secretarios, Roger C. Altman y Nicholas Brady. Todos
trabajaban en sociedades de
inversión. Ernest Stern, antiguo presidente del Banco
Mundial, director de la Banca Morgan, y
el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, también
había sido directivo de un banco de inversión. Suma
y sigue.

El "Consenso" fue redactado por un grupo de economistas
estadounidenses, funcionarios del Gobierno de EEUU, del Banco
Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Un consenso muy
limitado. Jamás fue objeto de debate. Ni siquiera fue
ratificado formalmente por los países a los que les ha
sido impuesto. Ha sido
y es un ejercicio autoritario, codicioso e insolidario cuyos
corifeos intentaron (y algunos, aún intentan) justificar
por el carácter pretendidamente
científico-económico indiscutible de sus
directrices.

Dado que el Consenso fue publicado durante un periodo en el
cual la amplia mayoría de naciones desarrolladas ya
habían aceptado tales reformas, Williamson
consideró naturalmente que su acuerdo sólo iba a
tener que hacer frente a una modesta oposición.
Irónicamente, el término "Consenso de Washington"
se transformó rápidamente en un ignominioso
cliché asociado con la agenda neoliberal, imperialista y
fundamentalista del mercado.

Una explicación, tal vez sorprendente, de por
qué el Consenso de Washington adquirió tan mala
reputación, es que la teoría
de Williamson, cayó en desgracia en el FMI. Ravi Kanpur,
catedrático de economía en la Universidad de
Cornell, ha señalado que, "podría ser útil
comenzar por la observación de que el Consenso de
Washington se convirtió en lo que hizo y no en lo que
dijo". Sin considerar las intenciones de su arquitecto, el FMI
sistemática y universalmente aplicó la
interpretación más conservadora de los principios
del Consenso, convirtiéndolo de un conjunto de amplios
lineamientos de política en un modelo de desarrollo
neoliberal.

Así fue como el "Consenso" ordenó disciplina
presupuestaria (pasión por eliminar el déficit),
reforma fiscal (que favorece a quienes más poseen),
liberalización comercial (desarme de aranceles de
países menos desarrollados sin contrapartida de los
países ricos, apertura a la inversión extranjera
(sin normas ni controles), privatizaciones (el patrimonio
público al alcance de los poderosos), desregulaciones
(disminución o suspensión de garantías
laborales, controles sociales y ambientales), garantía
absoluta del derecho de
propiedad y gobiernos de menor dimensión (salvo en su
faceta policial).

Al cabo de más de una década de
aplicación irrestricta de las recomendaciones del Consenso
de Washington América Latina había entrado en
tirabuzón.

La deuda externa
regional pasó en diez años, entre 1991 y 2001, de
492.000 a 787.000 millones de dólares. El crecimiento no
derramó sus beneficios sobre las sociedades (las
desigualdades, la pobreza y la miseria aumentaron de manera
exponencial), y después de haberse demostrado vacilante a
lo largo de la década se precipitó en 2002: en
diciembre de ese año, el FMI y otros organismos
internacionales calculaban un resultado negativo entre el 8 y el
12% para ese año. "Las crisis se multiplicaron a medida
que los países de la región ligaban su
supervivencia financiera a los mercados internacionales de
capital". En 2001, el financiamiento
exterior (préstamos bancarios, compra de acciones u
obligaciones) bajó un 17% respecto al año
precedente; las inversiones directas, por su parte, cayeron un
11% y la tendencia se acentuó en 2002.

Decía Carlos Gabetta, Director de la edición
Cono Sur de Le Monde Diplomatique, en un artículo
publicado en enero de 2003 ("Entre Washington y Brasilia"):

"La "modernización" neoliberal se tradujo por "una
dependencia tecnológica y financiera creciente;
impresionantes desigualdades en aumento; elevado nivel de pobreza
y una extrema vulnerabilidad de los pobres a perturbaciones
macroeconómicas particularmente fuertes. Argentina vuelve
a la producción primaria (energía y agro alimentos) y se
cierran numerosas industrias; México
desarrolla una industria de ensamblado de muy bajo valor
agregado, de tal manera que el crecimiento de ese sector es muy
dependiente de la coyuntura en Estados Unidos. Con la
recesión estadounidense, la caída supone la
supresión del 25% de los empleos en las industrias de
ensamblado en sólo un año. Brasil resiste
mejor, pero las importaciones le ocasionan una sustitución
parcial de su producción nacional. Sin subestimar otras
causas de la crisis, la lógica financiera introducida por
el funcionamiento de una Economía casino como las llamaba
Keynes tiende
a imponer una gran inestabilidad y por lo tanto fluctuaciones
importantes de la actividad económica. La lógica
financiera de esos regímenes ampliamente abiertos al
exterior sin estar preparados para ello, imprime al crecimiento
un perfil de montaña rusa que explica su incapacidad para
reducir la pobreza. Casi todas las economías
latinoamericanas están en crisis abierta (Argentina) o
latente, con una impresionante disminución de
crecimiento.

América Latina, la región durante mucho tiempo
considerada modelo de aplicación de la doctrina
neoliberal, tiene todos los indicadores económicos salvo
la inflación en rojo y ha visto agravarse la
situación social hasta límites intolerables. Con un
modelo de crecimiento basado en la inversión extranjera y
la apertura del comercio, afronta ahora, en plena crisis, un
periodo de iliquidez y guerra
comercial internacional en condiciones altamente
desfavorables".

Firme oposición al
Consenso

Joseph Stiglitz, ex-economista jefe del Banco Mundial y
principal crítico del FMI, ilustra las fallas del Consenso
de Washington. En su libro del año 2002, "El malestar en
la
globalización", Stiglitz discrepa con los principales
temas de las diez recomendaciones del Consenso, destacando los
peligros de impulsar el conservadurismo fiscal, la amplia
liberalización comercial y la privatización
generalizada como la panacea para el subdesarrollo
económico. Stiglitz observa que uno de los temas
dominantes del Consenso de Washington es el de la
implementación de políticas fiscalmente
conservadoras, esto es, aumentar tasas de interés y
reducir el gasto público. Idealmente, reconoce, estas
políticas promueven el desarrollo al fomentar el ahorro
individual, filtrar programas de gobierno innecesarios y
fortalecer el tipo de cambio del país. En la
práctica, sin embargo, los efectos de ambas
políticas pueden ser nocivos. Las altas tasas de
interés pueden perjudicar a los bancos en mercados
emergentes, forzándolos a otorgar préstamos en
moneda devaluada. Esta presión fiscal cuando se aplica de
forma concertada con el intento de los bancos por recuperar
cantidades masivas de deuda a corto plazo puede provocar el
colapso de estas vitales instituciones financieras. Stiglitz hace
referencia al pensamiento keynesiano para recordar que el gasto
público en un país en desarrollo es la única
fuente de capital capaz de evitar el estancamiento del
mercado.

El Consenso también pregona el libre comercio y
la apertura de los mercados internos, presumiendo que esta
liberalización permite a los países encontrar su
nicho en el mercado internacional. Sin embargo, los países
en desarrollo a menudo poseen incipientes industrias nacionales
que resultan poco competitivas y son rápidamente
arrolladas por la competencia extranjera, por lo cual el forzar
el libre comercio en estos países sólo destruye la
industria nacional antes de que llegue a desarrollarse
completamente. Además, dicha inversión extranjera
habitualmente no llega a volcar el prometido ingreso de capitales
a largo plazo. Según lo señalado por Stiglitz en la
revista
Harvard International Review en la primavera de 2003, "los
países en desarrollo podrían atraer empresas para
que extrajeran sus riquezas naturales siempre que se las dejaran
a precios lo suficientemente bajos… lo que es aún peor,
la mayor parte del dinero era
especulativo "dinero caliente" que seguía ingresando
cuando todo iba bien, pero que volaba en el momento en que las
cosas se complicaban". Cuando las inversiones extranjeras
desaparecen rápidamente, los países que han sido
explotados en materia de
recursos naturales se vuelven incapaces de fomentar el empleo o
la prosperidad a largo plazo por sí solos. Por el
contrario, están expuestos a breves períodos de
gran florecimiento económico y largos períodos de
estancamiento.

Stiglitz también ilustra los peligros de las
rápidas privatizaciones de industrias estatales, una
transición que describe como terreno fértil para la
corrupción. A menudo, los sectores de control estatal son
vendidos a los burócratas que los dirigen o a sus
"amigotes" políticos. Esta es una práctica evidente
hoy en día en la Rusia
post-comunista, donde el entrecruzamiento de política y
negocios ha
conducido a la corrupción generalizada. Tales
privatizaciones fraudulentas eliminan los supuestos beneficios de
la competencia y producen ganancias extraordinarias y profunda
desigualdad del ingreso, los cuales constituyen los peores
efectos del capitalismo.
Además, la evidencia sugiere que cuando un país
transfiere un gran porcentaje de su comercio del sector
público al privado, se deben instalar instituciones para
supervisar a las nuevas empresas privadas. En los Estados Unidos,
existen varias organizaciones de
vigilancia, tales como SEC, FCC, IRS y grupos de seguimiento del
congreso, que garantizan la integridad de las transacciones
financieras; cuando el alcance de estas organizaciones se vio
reducido por los esfuerzos de desregulación que comenzaron
con el gobierno de Reagan, se tornaron posibles las mayores
fallas a nivel de bancos de ahorro y crédito, así como los
escándalos de corrupción en Enron de ese
período. Cuando la privatización tiene lugar en
ausencia de instituciones similares, el resultado es la
anarquía financiera, un estado sin ley donde los
más ricos y los más despiadados violan las leyes
impunemente.

Los préstamos condicionales del FMI

Las preocupaciones de Stiglitz se vieron reflejadas de forma
sorprendente en la experiencia de los deudores latinoamericanos
del FMI. En estricto seguimiento de la disciplina
macroeconómica, privatización y
liberalización del comercio y de los mercados de capital
formuladas por el Consenso y originalmente imaginadas por
Williamson como un medio viable para impulsar el crecimiento
saludable, el FMI incluyó mandatos coercitivos de reforma
en sus préstamos sin tener en cuenta las circunstancias
individuales del país deudor. Los principios del Consenso
de Washington se convirtieron en condiciones sin las cuales el
FMI negaba el financiamiento. Como tal, el FMI forzó a los
bancos centrales a aumentar pronunciadamente las tasas de
interés, despojó a los estados de sus empresas,
abrió las compuertas de forma imprudente al capital
extranjero y redujo radicalmente las tarifas proteccionistas,
empujando a las economías latinoamericanas a la crisis,
una por una. Esta es la situación que se reflejó en
Ecuador. Un
colaborador del periódico
The London Observer explicaba el 8 de octubre de 2000, "tratando
de cumplir con la montaña de obligaciones del FMI, Ecuador
cometió la tontería de liberalizar su diminuto
mercado financiero, dejando libres de controles del gobierno a
los bancos locales y permitiendo que la deuda privada y las tasas
de interés explotaran". El gobierno ecuatoriano no deseaba
implementar nuevas reformas nocivas, pero aún así
el pequeño país que necesitaba desesperadamente los
préstamos del FMI, no tuvo otra opción.

Luego de una década de intentos fallidos para estimular
el crecimiento a través de su versión expropiada
del Consenso de Washington, el FMI dejó a América
Latina peor de lo que la había encontrado.

Prendido a la ideología neoliberal

El FMI continuó (y en gran medida, continúa)
yendo a la carga con sus principios rectores básicos
apoyados en los diez mandamientos del Consenso. No obstante, el
colapso de las economías argentina y mexicana dio lugar a
algunos desplazamientos menores en la ideología del FMI.
Por ejemplo, ahora se reconocen los peligros de abrir
rápidamente los mercados emergentes a los ingresos de
capital, así como el hecho de que los países pueden
utilizar efectivamente una política fiscal para
contrarrestar crisis potenciales (aún cuando esto
contradice el mandato de ajustar el cinturón sobre el
gasto público). Con todo, la esencia del Consenso
permanece intacta. La disciplina fiscal continúa reinando
como objetivo primordial; en abril de 2005 el FMI
suspendió un préstamo de US$ 40 millones a
Nicaragua como respuesta a una serie de cambios a nivel del
presupuesto del Congreso que incrementaron el déficit. El
fomento de la privatización, la liberalización
comercial y la inversión extranjera directa también
se mantienen arriba en la lista de prioridades a pesar del
recurrente fracaso en su implementación, ejemplificado por
los caóticos efectos sobre Bolivia. En
2003, el FMI apuntaló la privatización de las
industrias bolivianas del gas y del
petróleo. Luego, después de exhortar
a La Paz a que redujera su déficit, el FMI presionó
al gobierno para que gravara a los ciudadanos (aumentando el
impuesto a la renta) en contraposición con las
recién llegadas compañías del gas y del
petróleo,
mencionando la inquietud por mantener una atmósfera de
inversión que resultara atractiva para los inversionistas
extranjeros. La recomendación culminó en una crisis
monetaria y en el derrocamiento del gobierno boliviano.

Problemas adicionales de la economía de los años
90 han sido las crisis sistémicas globales y la
aceleración de los cambios. Ante estas crisis,
relacionadas en parte con expectativas o pánicos de
diversos agentes económicos, el establecimiento de un
consenso y la promoción de la "cultura de la estabilidad"
permitirían aprovechar las oportunidades surgidas en los
países emergentes.

La realidad económica de esta última
década del milenio ha sido compleja, y ha suscitado
comentarios muy diversos. De hecho, en el año 1994-95 hubo
en México una crisis económica y financiera; y en
1997-98 ha habido otra, iniciada en el sureste asiático, y
con efectos en América Latina y Rusia.

Tal vez, el principal problema del Consenso de Washington es
que en él queda prácticamente excluido el tema de
la equidad. Esta exclusión es grave, porque uno de los
lugares donde más se aplican las políticas de
ajuste derivadas del
consenso (e implementadas por el FMI) es en América
Latina. Y éste es el continente más desigual del
planeta: el PIB per cápita del 20% más rico es 18,7
veces el PIB per cápita del 20% más pobre, cuando
en la OCDE la proporción es de 6,8 y la media mundial es
de 7,1. En todo caso, en el año 1990 Williamson
argumentaba la exclusión directa de los problemas de
equidad del modo siguiente:

"Intenté describir aquello que normalmente se
creía acertado, más que exponer mi opinión.
Es decir, mi pretensión era elaborar una lista positiva
más que una lista normativa (…) Deliberadamente,
excluí de la lista cuanto fuera básicamente
redistributivo -no aquello que tuviera consecuencias equitativas
como un subproducto de la búsqueda de objetivos de
eficiencia-, porque pensé que el Washington de los ochenta
era una ciudad muy desdeñosa con las preocupaciones sobre
la igualdad".

Por la lectura del
párrafo
anterior resulta innegable que el "ínclito" Williamson,
fue un claro intérprete de la "ideología de los
amos". Hay "argumentaciones" que se comentan solas…Y
"fracasos", que también…

Otras crisis del
"Consenso"

En su trabajo titulado: "Desarrollo económico: del
Consenso al Post-Consenso de Washington y más allá,
de abril de 2003, el Profesor de
Economía de la Universidad Complutense de Madrid,
Francisco Bustelo, con referencia a la crisis del Consenso de
Washington, realiza el siguiente comentario:

… "En primer término, han sido ciertamente
mediocres, por no utilizar un adjetivo más contundente,
los resultados de la transición en los PECO y, más
inequívocamente, en Rusia y en otras antiguas
repúblicas de la Unión Soviética. La
aplicación de "terapias de choque" (especialmente la
liberación abrupta de los precios y la
estabilización recesiva), combinada con un proceso
indiscriminado de privatizaciones y de otras medidas de
liberalización (adoptadas además de forma
simultánea o en "big bang", provocaron una caída
considerable de la renta per cápita.

En particular, Stiglitz ha hecho una gran labor al poner en
solfa el argumento ortodoxo de que la transición en los
PECO y la antigua Unión Soviética ha fracasado no
por los inconvenientes de sus bases teóricas y de sus
prescripciones de política económica sino porque
esas últimas fueron puestas en práctica por
gobiernos incompetentes y corruptos. Además, el fracaso de
las políticas y estrategias de transición
inspiradas en el Consenso de Washington contrasta con el éxito
espectacular de la transición en China, donde
no se adoptó ese recetario, muy al contrario, un enfoque
gradualista del cambio de sistema.

En segundo lugar, se produjo una gran insatisfacción
con los resultados económicos y sociales de las reformas
orientadas al mercado que se llevaron a cabo en América
Latina en los años ochenta y buena parte de los noventa.
En los años noventa se puso afortunadamente fin al
"decenio perdido" de los años ochenta, por utilizar una
expresión de la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL), puesto que el crecimiento se
recuperó y la hiperinflación desapareció. Sin
embargo, la expansión de los primeros años noventa
fue relativamente escasa y no permitió una
reducción sustancial de la pobreza. Ésta, que
afectaba al 48,3% de la población latinoamericana en 1990 (esa
proporción había sido de 40,5% en 1980), apenas
cayó al 43,5% en 1997, según datos de la
CEPAL. Empezó a hablarse de la necesidad de emprender
"reformas de segunda generación", más orientadas a
cuestiones sociales, tras la de "primera generación", que
fueron las aplicadas en los años ochenta y primeros
noventa y que se basaron en la estabilización y en la
liberación.

En tercer lugar, las crisis asiáticas de 1997-98
fueron, en buena medida, el resultado de la aplicación de
políticas defendidas por el Consenso. En particular, los
países más afectados por dichas crisis (Tailandia,
Indonesia y Corea del Sur, así como, aunque en menor
medida, Malasia y Filipinas) habían llevado a cabo en
años anteriores una liberalización financiera
indiscriminada y sin creación simultánea de
mecanismos adecuados de supervisión bancaria y de
regulación de las instituciones financieras no bancarias.
Tal fenómeno incentivó el endeudamiento externo a
corto plazo y provocó otras vulnerabilidades financieras.
Además, el Estado había abandonado su tradicional
política de coordinación de las inversiones del sector
privado, lo que facilitó la sobreinversión, el
exceso de capacidad y una merma de rentabilidad
en las empresas. En definitiva, las crisis asiáticas
fueron crisis de liberalización o de
infrarregulación. Por añadidura y como es bien
conocido, el FMI abordó esas crisis con un diagnóstico equivocado y con remedios que,
al menos durante un año entre mediados de 1997 y mediados
de 1998, fueron contraproducentes. Resultó un clamoroso
error, reconocido luego por el propio FMI, achacar las crisis a
un exceso de intervención estatal en un contexto de
"capitalismo de amiguetes" (crony capitalism). Promover, como
hizo el FMI en Tailandia, Indonesia y Corea del Sur,
políticas restrictivas de demanda
(contención radical del gasto público y fuerte
aumento de los tipos de interés) no hizo sino agravar
tales crisis, puesto que el problema no era de déficit
presupuestario (inexistente) ni de inflación (moderada).
Los errores del FMI en Asia Oriental
provocaron, como es bien sabido, una fuerte desavenencia entre
las dos instituciones gemelas de Bretton Woods, puesto que el
Banco Mundial se desmarcó enseguida de las condiciones de
las políticas de "rescate" del Fondo, y han legado en la
región un poso de resentimiento contra éste, sus
políticas y su sustento teórico".

El Profesor Paul Krugman describe cómo ha funcionado el
contraste con la realidad de la lista de Washington, y
prevé (ya en julio/agosto de 1995) los problemas que,
efectivamente, han surgido durante la segunda mitad de la
década.

… "El dominio de cinco
años del Consenso de Washington se puede considerar, de
manera muy práctica, como una especie de burbuja
especulativa que afectaba, no sólo al proceso
económico habitual, para el cual el excesivo optimismo del
mercado puede constituir una profecía que se cumpla por
sí misma temporalmente, sino un proceso político
más sutil, a través del cual las creencias comunes
de los políticos e inversores demostrarán que son
mutuamente fortalecedoras. Por desgracia, cualquier proceso de
autofortalecimiento de estas características tiene que
enfrentarse, al final, con una comprobación con la
realidad, y si resulta que ésta no es tan buena como el
mito, la
burbuja estalla. Por todas sus especiales características,
la crisis mexicana marca el
principio del deshincharse del Consenso de Washington. Este
deshincharse garantiza que la segunda mitad de los noventa
será un periodo mucho más problemático para
el capitalismo mundial que la primera".

Volviendo a Stiglitz; en un artículo titulado: "El
Consenso Post-Consenso de Washington", publicado en septiembre de
2004, decía:

"Si existe un consenso en la actualidad sobre cuáles
son las estrategias con más probabilidades de promover el
desarrollo de los países más pobres del mundo, es
el siguiente: sólo hay consenso respecto de que el
Consenso de Washington no brindó la respuesta. Sus recetas
no eran ni suficientes para un crecimiento exitoso, si bien cada
una de sus políticas tuvo sentido para determinados
países en determinados momentos…

Este último falló al no comprender las estructuras
económicas de los países en desarrollo, al
concentrarse en un conjunto de objetivos demasiado estrecho y en
un conjunto de instrumentos demasiado limitado. Por ejemplo, los
mercados por sí mismos no producen resultados eficientes
cuando la tecnología
está cambiando o cuando se aprende acerca de los mercados;
dichos procesos dinámicos hacen al corazón
del desarrollo; asimismo, hay importantes externalidades en este
tipo de procesos dinámicos, lo cual genera un rol
importante para el gobierno. Los países exitosos del este
asiático reconocieron este papel; las políticas del
Consenso de Washington no lo hicieron…

Ciertamente, los gobiernos pueden empeorar las cosas. Sin
duda, el Consenso de Washington representó, en parte, una
reacción a los fracasos del Estado al tratar de corregir
las fallas del mercado. Pero el péndulo osciló
demasiado lejos en sentido contrario y durante demasiado tiempo.
Las políticas del Consenso en muchos casos
presuponían lo peor sobre la naturaleza y
capacidad de los gobiernos y aplicaron una misma regla para todo.
Esto resultó en un fuerte sesgo contrario a fundamentar el
asesoramiento sobre políticas en un análisis sobre
qué intervenciones son adecuadas y en qué contextos
o para crear las instituciones o capacidades de los estados para
intervenir de manera efectiva…

Si el éxito del este asiático sugiere que para
un desarrollo exitoso es deseable un mayor papel del Estado de lo
que se destacaba tradicionalmente en las políticas del
Consenso de Washington, los fracasos en el África
subsahariana y en América Latina han reforzado las dudas
acerca de las estrategias de dicho Consenso. El crecimiento de
América Latina durante los años noventa -la
década de la reforma- fue apenas la mitad de lo alcanzado
en los años sesenta y setenta, las décadas marcadas
por las políticas "fallidas" de sustitución de
importaciones (…) la apertura de los mercados expuso a los
países a la volatilidad de los mercados internacionales de
capitales, lo cual tuvo consecuencias sumamente negativas durante
la crisis financiera global de 1997-1998.

En África, los costos de una
creencia simplista en la magia del mercado fueron palpables y
enormes. Por ejemplo, las condicionalidades de políticas
impuestas a los países de la región con demasiada
frecuencia se concentraron de una manera excesivamente estrecha
en la liberalización de los precios agrícolas, sin
prestar suficiente atención a los prerrequisitos para hacer
que esto fuera efectivo, tales como mercados en funcionamiento
para insumos y productos, disponibilidad del crédito e
infraestructura (especialmente vial); la insistencia en una
ventaja comparativa estática
llevó a la falacia de composición en virtud de la
cual el aumento de las exportaciones de productos primarios por
parte de muchos países desembocó en el colapso de
sus precios; las reformas del sector financiero se centraron
demasiado en que las tasas de interés fueran determinadas
por el mercado en mercados muy tenues y rudimentarios, llevando
en muchos casos a períodos prolongados de tasas de
interés muy altas, sin mejorar la disponibilidad del
crédito…

Si el Consenso de Washington tuvo sus frutos, aún no se
ha gozado de ellos o por lo menos los ciudadanos de muchos
países aún no lo han hecho… Si las reformas
expusieron a los países a un mayor riesgo,
evidentemente no les dieron las fortalezas para una
recuperación rápida; en América Latina en su
conjunto siguió casi media década de caída
en el ingreso per cápita.

Como los fracasos especialmente las crisis, primero la
mexicana, luego las del este asiático, la de Rusia y luego
la argentina- pusieron de manifiesto que no todo iba bien, los
defensores del Consenso de Washington sucesivamente trataron de
cambiar la receta proponiendo distintas versiones de un Consenso
de Washington "plus". México demostró que
aún cuando un país tuviera su edificio fiscal en
orden y mantuviera la inflación bajo control, podía
sufrir una crisis. El problema, supuestamente, era una falta de
ahorro interno. Pero cuando los países del este
asiático enfrentaron crisis -países con los niveles
de ahorro más altos del mundo- se buscó una nueva
explicación. Ahora se trataba de una falta de
transparencia (aparentemente olvidando que la última serie
de crisis se había producido en los países
nórdicos, que se encontraban entre los más
transparentes del mundo). La culpa la tenían las
instituciones financieras débiles, pero si se encontraban
esas instituciones financieras débiles en los Estados
Unidos y en otros países industriales avanzados,
qué esperanza quedaba para los países en
desarrollo? Para entonces, los consejos del Consenso de
Washington, del FMI y del Tesoro de los Estados Unidos sonaban
huecos: "ex post" siempre podían encontrar alguna falla y
agregar algo a la lista cada vez más extensa de cosas que
debían hacer los países"…

De fracaso en fracaso
hasta la derrota final

Todo parecería que había acabado en el
año 2000. El gozo en un pozo. Pero no ha sido así,
lamentablemente, los "Organismos Internacionales" continuaron
-"erre que erre"- negando la evidencia, unos cuantos años
más. Prueba de ello son algunos de los artículos
publicados por el Fondo Monetario Internacional, en "Perspectivas
de la economía
mundial", de los que se indican a continuación sus
títulos y fechas correspondientes:

. La pobreza y la globalización – Mayo de 2000

. Comunidad de
Estados Independientes: ¿Se acelerará la reforma
estructural al mejorar la macroeconomía? – Octubre de 2000

. Flujos internacionales de capital a los mercados
emergentes – Octubre de 2000

. Renovación del impulso de la reforma
estructural e institucional – Octubre de 2000

. La integración comercial y la
integración financiera – Septiembre de 2002

. América Latina: La incipiente estabilidad
brinda la oportunidad de acelerar la resistencia a las
crisis – Septiembre de 2003

. Región Asia y Pacífico: Se requiere
mayor flexibilidad del tipo de cambio para lograr un crecimiento
más equilibrado – Septiembre de 2003

. La Comunidad de Estados Independientes: Las reformas
estructurales son fundamentales para sostener la
recuperación del crecimiento – Septiembre de 2003

Partes: 1, 2, 3, 4
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